Enclavado en Rimini, la ciudad natal del cineasta, el albergue arribó al centenario mitificado por su imagen de lujo y fastuosidad. En esta ocasión se entrelazan recuerdos del realizador de Amarcord con interesantes oportunidades turísticas que ofrece este destino del mar Adriático
Los rimineses consideran al Grand Hotel un monumento nacional. Onírico y cinematográfico son algunos de los adjetivos con los que se le suele describir. Así lo dejó escrito Federico en el libro La mia Rimini: “El Grand Hotel era la fábula de la riqueza, del lujo, la ostentación y la opulencia oriental. Cuando las descripciones que leía en las novelas no eran lo suficientemente estimulantes para suscitar escenarios sugestivos en mi imaginación, me ‘agarraba’ del Grand Hotel, como ciertos pequeños teatros en mal estado que siempre colocan la misma escenografía malograda para todas las situaciones”.
“Delitos, robos, noches de amor loco, chantajes, suicidios, el jardín de los suplicios, la diosa Kalí: todo sucedía en el Grand Hotel ―recuerda Fellini―. Las noches de verano se convertían en Estambul, Bagdad o Hollywood. Desde las terrazas, protegidas por espesas cortinas, apenas se dejaban ver desnudas espaldas femeninas que parecían de oro, ligeramente tocadas por brazos masculinos que iban de smoking blanco, mientras una brisa perfumada transportaba con melodías que hacían desvanecer”.
“Ahí estaban presentes los motivos del cine americano: ‘Sonny boy’, ‘I love you’, ‘Alone’, que el invierno anterior habíamos visto en el cine Fulgor y que después rememoramos por mediodías enteros, con l’Anabasi de Senofonte (libro de aventuras del siglo V) sobre la mesita y los ojos perdidos en el vacío. Solamente en invierno, en medio de la humedad, la oscuridad, la neblina, teníamos la posibilidad de tomar posesión de las vastas terrazas, llenas de agua, del Grand Hotel. Pero era como llegar a un campamento cuando todos se habían ido. Una vez, sólo una, tomé la carretilla y subí velozmente por la escalinata, atravesé con la cabeza gacha la deslumbrante terraza llena de luces y entré... Vi de un lado al otro y no había nadie. Después miré los grandes sofás como barcas, poltronas enormes como camas, la alfombra roja que subía formando curvas junto a las escaleras de mármol, sobre una cerca de vidrios de colores; flores; pavo reales; serpientes que entrecruzaban sus lenguas... y desde una altura vertiginosa, caía, para quedarse milagrosamente suspendida en el aire, el más grande juego de lámparas del mundo...”.
De la memoria al cinemascope. Francesca Fabbri Fellini, en ocasión del centenario del Grand Hotel, evoca algunos de los recuerdos que conservó el cineasta de su ciudad natal y del hotel que tanta fascinación ejerció en él desde su infancia. “Cuando Federico era niño un apartamento en el Grand Hotel representaba lo inalcanzable. Él no habría creído nunca que un día habría de vivir como un huésped VIP. De hecho el cineasta tenía siempre una suite reservada a su nombre. Tampoco habría creído que su permanencia podría no ser alegre, porque estuvo en el Grand Hotel prisionero de la enfermedad”.
Esta dolorosa estadía de Fellini ocurrió aproximadamente 20 años después de la proyección en las salas de cine de Amarcord, en agosto de 1993. El realizador falleció en octubre de ese año en Roma.
“Sigo preguntándome ―escribe Fabbri― por qué Federico escogió justamente Rimini para su convalescencia. Quizás se esperaba, como por encanto, reencontrarse paseando por la calle a su perrita Titina, al pequeño circo de su niñez o tropezar con el cine Fulgor, en el que, gracias a los hermanos Marx, nació su amor por el séptimo arte”.
Entre sueños, orígenes, parques y hallazgos. Quizás la respuesta se encuentra en algunos pasajes que el cineasta escribió en La mia Rimini: “A Rimini no regreso con placer. Lo confieso. Sufro una especie de bloqueo (...) ¿Será que tengo miedo de encontrarme con ciertos sentimientos? El retorno me parece una operación teatral, literaria. Ciertamente, eso puede tener su fascinación. Una fascinación somnolienta, turbia. De hecho, cuando estoy allí siempre me asaltan fantasmas olvidados. Quizás estos inocentes fantasmas, si dejase que permanecieran, me harían una silente y embarazosa pregunta, a la que no podría responder con tangentes ni mentiras”.
Lo única respuesta cierta es que existen varias Rimini, además de la felliniana. Esta es una pequeña ciudad de la costa de Emilia Romagna, en la que destacan pequeñas poblaciones como Ravenna, Milano Marittima, Cessenatico, Riccione y Cattolica. Aledaña, en la región de Marche, comparten esta costa las localidades de Pesaro, Senigallia y Ancona. Por lo general, las ciudades apostadas frente al mar Adriático tienen un boulevard que las bordea y frente al que se dispone la playa en perfecta armonía. Es el lungomare. En Rimini el centro de este boulevard es la Marina, una zona en la que convergen restaurantes y negocios de comidas y bebidas que extienden sobre la arena las tumbonas, las sombrillas y los cambiadores, perfectamente acondicionados para guardar pertenencias. Todo ello por un precio que varía de acuerdo a la cercanía al mar.
Desde 1869 se desarrolló en esta zona un centro dedicado a la curación a través de baños de mar; la primera experiencia fue desarrollada por el médico Paolo Mantegazza, experto en talasoterapia. Y desde 1845 un servicio de transporte a caballo conectaba el centro de la ciudad con la playa a través de una larga avenida flanqueada por frondosos árboles, el viale Principe Amedeo, que todavía hoy conserva el esplendor de su boscaje entre edificios de finales del siglo XIX. Rimini pronto creció en el siglo XX como polo turístico de salud y bienestar, así como de diversión y relax.
Itinerarios. Un paseo por Rimini podría incluir el parque Federico Fellini y la Fontana dei Quattro Cavalli o fuente de los cuatro caballos, inaugurada en 1928 y reacondicionada en 1983. El parque, a pocos metros del Grand Hotel, se construyó luego de la Segunda Guerra y es hoy por hoy el pulmón verde de la ciudad. En el verano es el escenario ideal para que las familias y los turistas ávidos de sol y brisa disfruten de picnics, conciertos de jazz y bandas pop, muestras al aire libre y actividades infantiles.
La Fontana dei Quattro Cavalli, que está ubicada en el parque al final del paseo Principe Amedeo, es un lugar de encuentro donde los paseantes beben un refresco después de sus caminatas, los ciclistas toman un descanso y le nonne pasean con sus nietos mientras cuentan novedades. El centro de la fuente son cuatro caballo de mar cuyas narices expulsan el agua que salpican el aire sofocante del verano.
Arimunum, la original. El recorrido romano espera a todos aquellos que deseen descubrir los orígenes de la ciudad-balneario. Fue fundada en el año 268 a.C, con el nombre Ariminum que proviene de la palabra latina ariminus, la cual designaba al río de la región, Marecchia.
El puente de Tiberio, la plaza tre Martiri, puerta Montanara, el arco de Augusto, el Domus del Chirurgo y el anfiteatro dan cuenta del espíritu romano que reinó en la zona, regido por la sabiduría y la ingeniosidad de sus construcciones.
De estos vestigios destaca el Domus del Chirurgo, el consultorio de un médico romano que data del siglo III a.C. Abierto al público en 1997, esta habitación muestra una pequeña cama, bisturíes, herramientas quirúrgicas y monedas, entre otros hallazgos que dan fe de ser un descubrimiento arqueológico, único en el mundo.
Cierra el recorrido una visita al Museo de la Ciudad, en via Tonini, que exhibe la memoria conservada de Ariminum. Desde billetes de ingreso al anfiteatro hasta estatuas de gladiadores pasando por monedas antiguas, mosaicos y ánforas dan cuenta de la era fundacional.
Rimini no sólo es la ciudad de Fellini y su evocación onírica del Grand Hotel. El Adriático baña sus límpidas playas en las que transcurren los veranos de cada uno de sus visitantes, desde aquel que busca el bienestar de la talasoterapia, pasando por las mamás que se broncean en sus tumbonas lejos del estrés citadino porque los niños juegan cerca en un mar calmo y seguro. Hasta el joven veinteañero que pasa sus noches de bar en bar bebiendo martinis o smirnoff, acariciado por la brisa del mar. Hay quien dice que Rimini es como el blues: en su corazón lo tiene todo, todo para disfrutar, sólo falta descubrirla.
Coordenadas
100 años de fascinación
Para celebrar en grande sus 100 años, el albergue preparó propuestas especiales, entre ellas, la llamada “Federico”. Consta de alojamiento por una noche en habitación doble tipo Classic; desayuno; cóctel Federico en el lobby bar; cena con menú Federico, incluye los platos más apreciados por el cineasta (menos la bebida); visita al museo Fellini, además puesto en el estacionamiento y derecho a usar el gimnasio. El costo por persona por noche es de 160 euros (más impuestos). Si en vez de la Classic, se prefiere dormir en la Regal Suite Fellini entonces el costo es 240 euros por persona, por noche. Si el gusto es tener un cuarto con vista al mar, entonces se debe cancelar un suplemento de 35 euros diarios. Disfrutar del paquete Federico sólo será posible del 1 de octubre al 28 de diciembre de 2008.
Estate al mare
El ferragosto italiano, que arriba cada 15 de agosto, indica para esos ciudadanos vaciar las ciudades y dar paso al disfrute del sol, la arena y el mar, ya sea Adriático o Mediterráneo. El Grand Hotel ofrece el paquete Gran Verano del Centenario. Por mínimo tres noches, el huésped disfruta de alojamiento en habitación doble con cena, acceso a la playa con derecho a toldo, tumbona y toalla; para los niños hay (sólo para aquellos que se hospeden hasta el 7 de septiembre) mini club, baby sitter (si se requiere) y baby restaurant; actividades según el gusto del visitante: shopping, deportes o visitas guiadas a sitios cercanos de interés; fiesta en la playa el domingo al atardecer. Los precios van desde 165 euros a 380 euros, de acuerdo a la disponibilidad en temporada.
En la ciudad de Raffaello
Si se trata de hacer alguna excursión cercana, un destino imperdible es Urbino, a 45 minutos de las playas del Adriático. Aquí, otro, Federico, el duque de Urbino y conde de Montefeltro, junto a su esposa Battista Sforza, erigió un centro de arte y arquitectura de la Italia central renacentista.
Un recorrido debe incluir el duomo (la catedral); el Palacio Ducal, conocido como el “palacio en forma de ciudad”, que conserva piezas maestras de Piero della Francesca, Donato Bramante, Paolo Uccello y Raffaello, entre otros; la plaza del duque; los edificios de la Universidad de Urbino, creada en 1506, y, entre muchas otras edificaciones, la iglesia de San Bernardino, donde está el mausoleo de los duques. La plaza del duque Federico es el corazón del centro histórico.
En via Raffaello, N.57, se encuentra la casa natal del pintor Raffaello Sanzio, uno de los grandes de Italia junto a Leonardo da Vinci y Michelangelo Buonarrotti. En la Galería Nacional de Marche se exhibe, hasta el 4 de octubre, la célebre obra de este artista, Dama con Liocornio. Se anuncia que esta exhibición es un abrebocas del proyecto que toma forma en 2009 y será una amplia retrospectiva del pintor: Raffaello y Urbino: su formación y su relación con la ciudad natal.
A la mesa con los Federico
La comida, momento de culto en la vida italiana, casi siempre es preparada con productos de excelente calidad cultivados en la región donde se sirve. Una recomendación es probar tanto en Marche como en Emilia Romagna los platos que deleitaron a sus hijos dilectos. Se dice que en la mesa de Federico, el duque, no faltaba el cerdo asado aromatizado con especias y acompañado con polenta así como el Fagiano alla Santa Alleanza relleno de beccaccia (especies de aves). Para recordar al Federico cineasta hágase servir de entrada el delicado consomé de pescado con hierbas costeñas. Luego el tradicional spaghetti salteado con atún fresco, aceitunas en rodajas y albahaca. No olvide el carpaccio de spigola (pequeñas rodajas de esta especie marina) con espinaca, gentilina y valeriana. Acompáñelos con una copa de Verdicchio dei Castelli di Jesi o el Sangiovese di Romagna.